viernes, 8 de marzo de 2013

Relato ganador Concurso de Microrrelatos "Montiel, la mujer en el medio rura"

SINGLE” ¿VOCACIÓN O DESTINO?


¡Qué difícil es imaginar para un adolescente de hoy, las extrañas y enigmáticas relaciones que se establecían entre los jóvenes de antes!

Manolo era un chico delgado, castaño; ni alto ni bajo; presumido en el vestir. Sus chispeantes ojos color de miel, aunque pequeños, desprendían una alegría, una vivacidad, un encanto que junto con su sonrisa hacían de él, el zángano más codiciado por todas las abejas.

Juani nunca pensó que aquel muchacho tan atractivo fuera a fijarse en ella. En su pandilla eran varias amigas, todas simpáticas, locuaces, chistosas, modernas…Sin embargo, por esas cosas inexplicables del querer, Manolo la había elegido a ella.

En aquellos años había pocos sitios en Montiel en donde los jóvenes pudieran quedar para verse, por eso todas las tardes era obligada la visita a la iglesia. Algunos muchachos de su edad intervenían como monaguillos mientras el resto aguardaba jugando en el atrio en espera de que salieran las muchachas para acompañarlas hasta su casa.

A veces, Juani se ponía en el último banco y cuando Manolo hacía su paseíllo desde el altar mayor hasta el baptisterio para dar las campanadas anunciadoras de que estaban alzando a Dios, ella dejaba caer sus coletas sobre la espalda para que, a su paso, Manolo le diese un tironcito de pelo. No había palabras, todas sobraban.

A la salida, las chicas volvían a casa, no sin hacer el mayor recorrido posible antes de volver y ellos, conscientes del juego, las seguían muy de cerca. A veces detrás, otras llegaban a su altura y se ponían a su lado.

Entre juegos de palabras que decían lo contrario de lo que querían decir; entre risas y persecuciones inocentes por las calles de la localidad; entre canciones jocosas, curiosas danzas y bromas improvisadas transcurrían los días sin novedades.

Para San Antón las calles del pueblo brillaban más que nunca. En una época de vacas flacas, la supervivencia de muchas familias dependía directamente de la crianza de los animales domésticos, por eso, la víspera de la fiesta, los montieleños preparaban estupendas luminarias en las puertas de las casas como plegaria y acción de gracias.

Las jóvenes del pueblo vivían esa fiesta con especial entusiasmo. En enormes pandillas que atajaban las calles, iban de lumbre en lumbre, cantando y haciendo corros

La señorita Juani, qué creída está// Que se va a morir, de tanto pensar.// Si piensa en su Manolo, Manolo no la quiere// Y ahora Juanita de pena se muere…

Y así seguían con todas las chicas, que al mencionarle al pretendiente, se deshacían hipócritamente en aspavientos mientras los zagales se sentían los gallos del corral.

Así fueron pasando los meses. Cuando llegó junio y las clases por fin habían terminado, había que plantearse como conducir el destino de los dos adolescentes. El de ella estaba claro. Aunque siempre había destacado en el colegio por su inteligencia, su memoria, su esfuerzo y su gran responsabilidad, en una época en la que la confección de pantalones empezaba a despuntar y la oferta de trabajo abundaba, quedarse en casa cosiendo y aprendiendo las labores del hogar parecían las aspiraciones más adecuadas para una muchacha.

A Manolo, en cambio, le esperaba otro destino. Aunque su casa era casa de labradores, su madre desde que nació se había propuesto que su hijo no se calzaría las albarcas, por eso, cuando el muchacho se vio en la encrucijada de tener que tomar una decisión, Dolores dio todos los pasos necesarios para que su hijo tuviera unos estudios que lo liberara de la esclavitud del campo.

Quiso el destino que unos años antes su tío Julián emigrara a la capital para regentar una portería, por lo que la suerte se le puso de cara y hermano y hermana, acordaron que el muchacho estudiaría allí a cambio de una módica pensión.

Cuando Manolo llegó a la capital todo le resultaba sorprendente: los edificios, el tráfico, los cines, los grandes almacenes y hasta la forma de vestir de sus habitantes.

Consciente del esfuerzo realizado por sus padres, intentó desde el primer momento adaptarse a su nueva vida, se aplicó en los estudios y como era de esperar, no defraudó.

En casa de sus tíos colaboraba cuanto podía en los trabajos de la portería; ayudaba con los deberes a su primo y todavía le quedaba tiempo para asistir a las clases de guitarra que se impartían en la parroquia.

Al principio Manolo escribía todas las semanas a su amiga contándole sus progresos y las maravillas de la ciudad. La joven veía el mundo a través de sus ojos y ansiaba la llegada del domingo para que, Ramón, un amigo del zagal al que dirigía las cartas sin que se enteraran sus padres, le hiciera llegar una nueva misiva.

Con el tiempo, la correspondencia se fue distanciando hasta quedar reducida a una carta quincenal, y así hasta las vacaciones de Navidad, Semana Santa y sobre todo de verano, época en la que él volvía al pueblo y podían volverse a ver.

Cuando los encuentros fueron haciéndose más frecuentes y enterada Dolores de la relación de su hijo con la costurera, la mujer, a la que todas le parecían poco para su vástago, sentenció un ultimátum:

-Hijo mío, esa chica no te conviene. No estoy yo gastándome el dinero y matándome a trabajar para que luego te pesque la primera que se te cruce en el camino.

A pesar de las advertencias, él no hizo caso. Se sentía a gusto y no estaba dispuesto a renunciar a ella ni aunque su madre se lo pidiera. Así pasaron los años. El joven terminó la carrera, hizo el servicio militar en Salamanca, preparó sus oposiciones y a la primera, obtuvo plaza en un Instituto de Guadalajara.

Cuando empezó su labor docente, el joven profesor no tardó en rodearse de compañeros y compañeras de profesión que aprovechaban las tardes para compartir experiencias, meriendas, pequeñas excursiones y alguna otra cosa más.

Cuando llegaron las vacaciones de Semana Santa, Manolo regresó como era su costumbre al pueblo. Acompañó a su novia a las procesiones, hizo de porteador de santos, compartió experiencias con sus amigos, pero, aunque parecía que todo seguía como siempre, Juani notaba un distanciamiento difícil de definir.

El sábado santo, cuando todos los amigos se acercaban al bar para tomar un refresco, Manolo se quedó rezagado del grupo y le dijo a Juani que tenía que hablar con ella.

-¿Te pasa algo?

- Si. Me cuesta mucho decirte esto porque tú sabes bien que eres la mujer de mi vida. Sin embargo, ha ocurrido algo que impide que lo nuestro progrese.

Juani no daba crédito a lo que estaba oyendo, no obstante, calló y esperó la explicación. Él continuó:

-Ya sabes… cuando uno está fuera de casa, a veces, te sientes muy solo, necesitas compañía, te dejas llevar por los instintos y, en fin, que voy a ser padre.

En aquel momento, la muchacha sintió como si su vida se hubiera desplomado cual castillo de naipes. Ni el más fiero terremoto le habría producido mayor estremecimiento hasta en la última célula de su cuerpo; sin embargo, con la dignidad y serenidad que la caracterizaba, se levantó del banco en el que estaban sentados y sólo dijo:

-Nunca me habría esperado esto de ti. Vete con quien quieras, pero quiero que sepas que esta traición nunca te la perdonaré.

En los años siguientes fueron varios los jóvenes que desde diferentes perfiles intentaron mantener una relación seria con ella y uno a uno fueron rechazados.

Su madre preocupada por el porvenir de su hija decía:

-Pero hija, si son muy buenos chicos, por qué no les das una oportunidad. ¿No te das cuenta de que se te va a pasar el arroz?

-Si madre, si sé que son buena gente, pero es que no estoy enamorada.

- ¿Enamorada? Tonterías. El amor es como la espuma del champán, pura efervescencia. Burbujas que bajan con la misma rapidez con la que suben. Lo importante es que sea una buena persona, que te quiera y te respete.

Así fueron pasando los años. Los pretendientes dejaron de llamar a su puerta. La mochila de la vida fue llenándose de preocupaciones, penas, ausencias y sobre todo de soledad.

Un día hablando con una amiga, ésta la animaba diciéndole lo libre que era.

-Sí. Pero a veces pienso que la libertad no compensa. Tú no sabes lo que es hacer planes con una misma. Comentar las noticias con el vacío de la habitación .Cerrar tu puerta al atardecer y no volver a hablar con nadie hasta el día siguiente. Sentirte enfermo y no tener a nadie que te pregunte si estás mejor.

Soy una “single” porque así lo ha querido el destino, porque pese a las circunstancias, soy selectiva y no cambiaría mi vida a cualquier precio, ni conviviría con cualquier persona por no quedarme soltera, pero no por vocación.

Los sábados mientras limpia la casa y abre puertas y ventanas, parece como si con ello quisiera arrojar fuera todo lo feo y triste de su vida y llenarse de aire fresco, de savia que revitalice su existencia.

Mientras limpia se oye en la radio la clara y modulada voz de Concha Piquer y mientras escucha la letra siente como si un puñado de sal le fuese arrojado en una herida abierta:

A la lima y al limón,

ya no tienes quien te quiera

A la lima y al limón,

te vas a quedar soltera.

A la lima y al limón,

solterita se quedó.

Mª Teresa Guerra Valle.
Ganadora del I Concurso de Microrrelatos "Montiel, la mujer en el medio rural"











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